martes, 18 de diciembre de 2007

Gritar – Ricardo Menéndez Salmón


Durante una conversación casual mantenida por un profesor de historia fascinado por el mal y un anciano que lo aborda en la sala de espera de un aeropuerto, éste intentará hacer ver al primero la cara oculta de los acontecimientos que gobiernan la deriva de la humanidad. Más tarde nos enteramos que el enigmático anciano ha aprovechado un descuido para esconder entre las páginas del libro con que Olsen, el profesor, pretendía distraer su espera, la piel de la nariz de una mujer a la que acaba de asesinar en los baños del aeropuerto. Con el paso del tiempo ese jirón de pellejo que Olsen todavía conserva se habrá convertido en la razón que lo empuja a rastrear respuestas inalcanzables. La piel arrancada ha adquirido la apariencia del pergamino y se ha convertido en la incógnita que determina su personalidad, marcada por la incansable búsqueda que se nos describe al principio. El círculo se cierra.

El cuento se titula El placer de los extraños y es un ejemplo —sólo uno, en el libro se pueden encontrar ocho más— de la perplejidad que la mayoría de las veces exhiben los personajes de Ricardo Menéndez Salmón. En cada una de las nueve historias que componen el presente volumen, sencillas y sin artificio alguno en su planteamiento, el autor asturiano introduce un componente que nos remite a la literatura fantástica, un elemento casi absurdo e ilógico que consigue hacerse un sitio y encajar en el texto con una naturalidad tal que ya no podríamos concebirlo despojado de esa sustancia. Con Gritar (publicado por la editorial Lengua de trapo) Menéndez Salmón prefiere no aportar datos, considera innecesario explicar de dónde vienen sus héroes, por qué actúan de una forma concreta o las consecuencias de su comportamiento, se limita a ofrecernos una imagen que muestra el misterio —ese concepto inalcanzable desde la lucidez—, nos lo exhibe, el misterio, pero no lo revela.

En una entrevista publicada por David González en Avión de papel, Ricardo Menéndez Salmón afirma que “en lo que escribo pueden mezclarse fantasía y filosofía, ya que en la existencia cotidiana esas cosas vienen dadas así: juntas, revueltas, mezcladas”. Esa mezcolanza es una de las habilidades que más claramente se aprecia en el libro. Al introducir mecanismos sin apariencia determinada en principio, pero que de manera imprevista se convierten en la esencia básica, en una idea central del relato, el autor consigue inquietarnos, exigir un paso más rápido en la lectura para acertar pronto el camino que nos saque del laberinto que propone. Y ya se sabe, con mucha frecuencia el miedo va de la mano de la emoción y la emoción como sentimiento expectante y ansioso es lo que acaba atrapando al lector.

Tenía curiosidad por leer a Ricardo Menéndez Salmón. Había leído sobre él —mucho, había leído mucho sobre él, puede que se trate de uno de los escritores jóvenes que más halagos recoge— pero no había leído sus libros. Intenté conseguir su anterior colección de relatos, Los caballos azules (volumen en el que se integra el texto homónimo que, en diciembre de 2003, recibió el prestigioso premio internacional de cuentos Juan Rulfo otorgado por el Instituto de México en París y Radio Francia Internacional), pero incluso en la misma editorial Trea figuraba como agotado. Después dejé pasar La ofensa (editorial Seix Barral) sencillamente —lo reconozco, mea culpa— porque es una novela. Así es que al cabo he tenido que acercarme a este volumen para descubrirlo. Y la verdad, la espera ha merecido la pena.

Aquellos que últimamente encuentran excesiva la influencia del minimalismo norteamericano en la narrativa breve española podrán apreciar en este autor elementos distintos. Puede que alguien todavía considere esa diferencia no imperceptible pero sí ligera, demasiado ligera, aunque en mi opinión se trata de una diferencia interesante y seductora. Creo que Menéndez Salmón es un escritor elegante, exquisito, denota buen gusto por la literatura. Es un escritor sin excesos. No aparenta ser escandaloso, más bien es un poco pillo este autor, de los que te van proporcionando la dosis justa de literatura, poco a poco, a cuentagotas, para enganchar, crear adicción y dejar al lector esperando con avidez su próximo libro. Un poco pillo, ya digo.