martes, 22 de enero de 2008

Uno de esos pensamientos que no tengo

La cadena pública de televisión española a través de su canal principal, nada más y nada menos que en la primera, estrena esta noche a las 22.00 horas —¿es esto el prime time?— Hijos de Babel, un reality show —otro, y van tropecientos mil—, en el que se brinda una segunda oportunidad a los inmigrantes que se encuentren en España, ya que parece ser requisito indispensable para formar parte del grupo de elegidos que ninguno de los participantes haya nacido en este país y supongo que otro de los requisitos será que las estén pasando canutas, para que así, de paso, se nos salten unas cuantas lagrimitas, ya que para nada sería lo mismo si los extranjeros que residen a lo largo y ancho de la costa española a cuerpo de rey participaran, aunque a lo mejor, o a lo peor, según como se mire, es que éstos no poseen las habilidades musicales que en las pruebas de selección del programa se han exigido, o que si las poseen no necesitan que nadie les subvencione un contrato discográfico porque son ellos los propietarios de las discográficas que fichan a los cantantes, ya sean españoles o no, yo que sé… me estoy liando y acabo de empezar.

Lo que quería decir es que no me cuento entre los aficionados a este tipo de programas —lo confieso, soy yo, el mismo, ese inconsciente que cuando se realizan los estudios de share no está frente al televisor—, no les encuentro la mínima gracia ni el entretenimiento y no suelo verlos, mejor dicho, no los veo, jamás, pero éste menos que ninguno. Si se puede decir, que ya no sé lo que se puede o no decir o pensar o cómo mirar dependiendo a quien en este país, el programita de marras me parece un caso de, lo diré en letra pequeña por si las moscas, racismo positivo. Como la marginación positiva, que últimamente también se da mucho —tanto o más que la cocina de diseño y yo añorando el potaje de garbanzos que hacía mi madre—, pero en racismo, eso creo, mira, sí, soy yo, ese inconsciente que se lía con una madeja de lana.

Un amigo me contó en una ocasión que un profesor universitario, hablando de política en una de sus clases, exponía que para comprobar el alcance nacionalista de una decisión adoptada en la Moncloa o en el parlamento español bastaba con imaginar que se había adoptado en la Generalitat catalana. Pues bien, con el mismo procedimiento, si alguien pudiera hacerme el favor de imaginar un programa en el que los extranjeros no tuvieran permitido participar, un programa planteado únicamente para personas nacidas en España, si alguien pudiera imaginar también, ya puestos, lo que ocurriría de ser la televisión autonómica vasca o la televisión autonómica catalana las que programaran concursos en los que el requisito fuera haber nacido en el país vasco o cataluña. Y lo pido como un favor, que alguien lo imagine por mí y me lo cuente luego, si es que hay alguien que puede, porque yo ya no sé lo que se puede o se debe imaginar o pensar, que esa es otra, tal vez debamos, sí, debamos, debamos pensar de una manera en concreto y yo no me he enterado o es mi cabeza la que no se ha enterado y yo voy por un sitio —en el fondo soy bueno y quiero ir por un sitio, lo prometo—, pero mi pensamiento va por otro, perdón, mis pensamientos, porque no tengo sólo uno, tengo varios, muchos, no es único, se rebela el condenado, le gusta ir a la suya y no para de mutar, por más que se esfuerce el GRAN HERMANO —no el del programa, ojo, el otro, el otro gran hermano, el de verdad, el que nadie ve pero todo el mundo sabe que existe, ¿o ese era Dios? … vuelvo a liarme, lo sé—, decía que por más que el GRAN HERMANO se esfuerce en mostrarme el camino que me conviene recorrer.

En fin, lo que quería decir es que a veces con tanto esfuerzo por integrar lo único que se consigue es… iba a añadir desintegrar, pero lo que de verdad pienso que se consigue es hacer el canelo; pero no soy yo, de verdad —yo soy un inconsciente, bueno pero inconsciente—, yo ya casi prefiero no pensar, son mis pensamientos, que vuelven a liarme.